Cuenta una leyenda que en aquella pequeña casa escondida entre las frondosas ramas de diferentes tipos de árboles, hace algún tiempo ocurrían cosas fascinantes. Tal vez tenga algo que ver con la mirada, casi violeta, de aquella preciosa niña, que siempre decía que no vivía allí, pero nunca la vimos en ningún otro lugar, y que cada 12 meses cumplía un año más pero nunca crecía, ni dejaba asomar cambio alguno en su cara o cuerpo.
Quisimos hablarle para saber más de ella. Al hacerlo, brillaban sus hermosos y blancos dientes, y esos ojos violetas, impresionantes, de los cuales no te podías desprender una vez empezabas a mirarla. Mi hijo, Eric, se enamoró desde el primer momento. Cada día quería estar con ella y conocerla un poco más. Siempre que Eric volvía a casa, lo hacía fascinado, ya que su nueva amiga le había enseñado lugares maravillosos.
Yo no podía entender cómo iban a tantos lugares en tan poco tiempo; cuando Eric me lo contaba parecía tan real como si estuviera allí mismo. Un buen día, me presentó a la niña. Elea se llamaba; era preciosa, ciertamente encandilaba a todo aquel que se atrevía a mirarla. Entonces, nos llevó a vivir, lo que sería, una aventura.
Un día, nos invitó a hacer una excursión por el bosque, y aceptamos encantados. Elea conocía el recorrido a la perfección, y cuidó cada detalle para que la salida fuera perfecta. Antes de salir nos mostró una gran cesta que había preparado ella misma, llena de castañas asadas y gran cantidad de bebidas muy frías.
Comenzamos a andar y andar, cada vez nos encontrábamos más lejos; todo se iba haciendo más oscuro. Pero, de repente, al fondo del bosque, comenzamos a ver una luz brillante, además de oler un aroma que nos resultó lo más dulce del mundo. Llegamos a una cueva, en la que había muchas luciérnagas volando; tras unas palabras de Elea, éstas se juntaron para crear una gran luz a nuestro alrededor. Así, pues, decidimos adentrarnos en la cueva.
Cuando parecía que llegábamos al final de la gruta, ésta se ensanchó más y más, hasta el punto de no ver el final, además de no ayudarnos una fina niebla que, poco a poco, se disipó; fue entonces cuando vimos dónde nos había traído la niña. Era una caverna de cristales brillantes y de un tamaño inimaginable que, con los pocos rayos de sol que entraban por el techo, hacían unos juegos de luces hipnotizantes.
Realmente quedamos encandilados de tanta belleza. Seguimos andando hasta llegar a lo que todos denominamos “el paraíso”. En él, todo era posible, los animales hablaban, la gente era joven, aunque decían tener más de 200 años, con unas palabras mágicas, podíamos volar…
Elea nos dijo que ésa era realmente su casa; nos contó que su nombre, realmente, significaba “Hada que ilumina el camino”. No podíamos creer lo que nuestros ojos estaban viendo.
La hermosa niña nos preguntó si queríamos acompañarla en su paraíso para siempre; nos había estado observando durante mucho tiempo y, comentó, nuestra bondad era tan hermosa y grande que quería compartir su mundo con nosotros. Tal vez fuera por el impacto de tanta belleza junta, no lo sabemos exactamente, pero todos, de forma unánime, aceptamos.
Con el tiempo, Elea y Eric terminaron casándose. No volvimos nunca más al sitio de donde nos fuimos, casi no nos acordábamos de cómo era si quiera. Sólo recuerdo que han pasado mil años y aun miro este paraíso, totalmente embelesada, como si fuera la primera vez.
Fin
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